El carnaval de Lima, una fiesta derrochadora de agua en mitad del desierto
jueves, 5 de febrero de 2015 9:15 By Augusto Socìas
Lima, (EFE).-El carnaval de Lima no
tiene disfraces, máscaras o desfiles, ni tampoco reinas, comparsas o
chirigotas, ya que el agua empapa los barrios más populosos de la
ciudad, la segunda más grande del mundo sobre un desierto, en una
derrochadora batalla acuática clandestina, perseguida con grandes
multas.
Bajo el sol estival de los cuatro domingos de febrero,
los limeños se lanzan agua con la única premisa de que nadie se salve,
sin acordarse aparentemente del estrés hídrico de la ciudad, donde solo
llueve un promedio de siete milímetros al año y el agua disponible no
alcanza para abastecer a sus diez millones de habitantes.
En
el Callao, la ciudad portuaria de Lima, los vecinos ocupan la vía
pública con piscinas portátiles, y la familia y vecinos, sin importar la
edad, terminan empapados, en un ambiente donde la cerveza corre de mano
en mano durante horas, mientras la salsa y el reggaeton calientan aún
más el ambiente.
Conscientes del malgasto de agua, el Servicio
de Agua Potable y Alcantarillado de Lima (Sedapal) advirtió de que Lima
derrochó 120.000 metros cúbicos de agua en febrero del año pasado, lo
que equivale a treinta piscinas olímpicas.
"El derroche se da
mayormente en zonas donde utilizan conexiones clandestinas o conexiones
que no cuentan con medidor, e incluso usan sin autorización los grifos
contra incendios", alertó la especialista comercial de Sedapal, Cecilia
Maurtua.
Para prevenir actos vandálicos, algunos distritos de
Lima prohibieron la instalación de piscinas en sus calles, como
Barranco, donde la multa es de 1.900 soles (unos 620 dólares), al aludir
motivos de higiene y seguridad, y la sanción se eleva a los 3.040 soles
(unos 990 dólares) para quien se atreva a mojar a otro viandante sin su
consentimiento.
Además, la Policía dispuso a 10.000 agentes
para preservar el orden público durante estas celebraciones, y vigilar
que no se cometan situaciones de abuso y delitos contra el patrimonio y
contra la tranquilidad pública.
Las autoridades castigan así
una tradición que se practica desde, por lo menos, el siglo XVIII,
afirmó a Efe el administrador del proyecto historiográfico Lima Antigua,
Vladimir Velásquez,
Para Velásquez, los carnavales de Lima
estuvieron "siempre" marcados por las clases sociales, ya que las
familias pudientes celebraban bailes privados con antifaces, pero en las
zonas más populares se lanzaban agua, incluso a los tranvías, lo que
provocaba su avería por cortocircuito.
"Desde los
tradicionales balcones que antes abundaban en Lima, las damas rociaban
agua a los caballeros, y estos les respondían disparando agua mediante
una especie de jeringas. Se utilizaba a modo de coquetería", indicó
Velásquez.
También se lanzaban huevos rellenos de agua
perfumada, "pero en otras ocasiones llevaban agua sucia", e incluso se
utilizaban chisguetes de perfume, que "provocaban ardor si caía en los
ojos", y también de éter, usados en hurtos como somnífero para dejar
inconsciente a las víctimas, relató Velásquez.
A mitad del
siglo XIX, el literato peruano Manuel Atanasio Fuentes criticaba el
carnaval limeño como "esos tres funestos días" donde "las dos terceras
partes de los habitantes de Lima pierden el juicio, y la otra tercera es
la víctima de aquella locura", en la que "lo de menos es que un balde
de agua puerca malogre su vestido".
"No se puede salir a la
calle sin exponerse a ver brotar cataratas de todos los balcones y ser
acometidos por pandillas de gente soez, que en esos días no reconocen
jerarquía superior", describió Fuentes en su libro "Lima. Apuntes
descriptivos, históricos y de costumbres", de 1867.
El mayor
esplendor del carnaval limeño se dio durante el mandato del presidente
Augusto Leguía (1919-1930), quien instauró pasacalles con carrozas,
máscaras y muñecos, pero después la fiesta "se deformó", según
Velásquez, hasta regresar al lanzamiento de agua de la actualidad.
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