Patricia Velásquez: “Cada quien tiene una belleza y debe ir a buscarla”
lunes, 20 de octubre de 2014 9:38 By Augusto Socìas
No es bonita. Es bella. Podría ser, en vez de actriz, una talla
precolombina, una roca en el horizonte en los mares del sur, la hija de
un príncipe de Persia. Asoma su rostro por la pantalla del computador,
vía Skype desde Los Ángeles, donde reside, y quien la mira se pregunta
qué no hubiera hecho Gauguin con ella, si tiene el aire de aquellas
doradas pobladoras de Tahití que hace más de un siglo embrujaron la
mirada del pintor. “Gracias –sonríe suavemente, de un modo casi
imperceptible–, pero yo no crecí siendo bella. Siempre fui la fea de la
familia. Veía a mis hermanos y eran preciosos. Yo no. Yo no era guapa:
yo era diferente”.
Se llama Patricia Velásquez y por estos días está en las pantallas del cine como personaje principal de Liz en septiembre,
la más reciente película de Fina Torres, estrenada hace poco. Esta
mañana ha aparecido sin maquillaje. O al menos eso parece. El esplendor
que una ventana lanza sobre su espalda muestra su rostro a contraluz e
impide precisar ese detalle. “A ver, voy a moverme... ¿Mejor?”. Mejor,
sí, y allí está su cara: cruda, sin cosméticos.
—¿A qué se refiere con que era diferente?
—Es
que como yo había hecho danza, sabía sacar la energía del cuerpo, de
modo que cuando llegué al modelaje me movía de una manera distinta de la
habitual y eso resultaba muy atractivo.
—¿Hoy le teme a la vejez?
—No,
no, para nada. A los indígenas nos gusta la edad. Siempre me han
gustado las arrugas. Claro que ya tengo 43 años y me doy cuenta de que
la gente no me mira como antes. Al principio fue un shock, pero también
una buena lección para el ego.
—¿Qué tanto se parece usted a Liz?
—Todos los personajes se parecen al actor. El personaje se incorpora a uno. Lo importante es no juzgarlo. Aprendí mucho de Liz.
—¿Como qué?
—Siempre
he pensado que la vida es larga y uno a veces se siente como inmortal.
Liz me ha hecho ver que la vida se puede acabar. Lo otro es que hasta
ahora yo pensaba en la trascendencia como producto del éxito. He
aprendido con esta película que lo que va a quedar de uno es el amor…
Se
cae la conexión. A veces la tecnología es una pesadilla. Una nueva
llamada y reaparece. “Sigo aquí”, señala, sin apuros. La reciente
mención del amor da pie para que surja otro asunto esencial: la
sexualidad. Siendo Liz en septiembre un filme protagonizado por
un grupo de mujeres gay, parece inevitable. ¿No hay que ser fuerte en la
vida para ser homosexual? “Sería maravilloso que la película generara
un diálogo sobre este tema en países como los nuestros”, expresa.
—Sí, pero, desde el punto de vista personal, ser homosexual…
—El
actor debe mantener su vida lo más privada posible –ataja la actriz,
sin el menor gesto de aspereza–. Sé que se habla mucho de mí en ese
sentido: que si soy esto o aquello. No quiero hablar de eso ahora porque
no lo haría en profundidad, como debe ser.
Suena el timbre de su
casa. Patricia Velásquez se levanta como un flamenco y camina hacia la
puerta. No aparta la mirada del computador. “Habla, habla –dice–, yo
escucho, esto es solo un momento”. Abre. Alguien entra. No se logra ver
quién es. “Hace un tiempo –continúa– decidí comenzar a escribir un libro
de memorias. En inglés se llama Straight Walk, un título de
doble sentido que es muy difícil de traducir al español. Estoy en eso.
Se lanza en febrero. Cuando salga, hablaré más de mí”.
De ella,
quiere decir: de sus orígenes familiares, de sus inicios en el modelaje,
de su carrera en el cine, de su hija y de la maternidad. De su
sexualidad. De su belleza. Más bien de la belleza, “porque la belleza
hay que mostrarla”, asegura. Porque “cada quien tiene una belleza y debe
ir a buscarla”.
—Y la suya, además de estar en su cuerpo, ¿dónde está?
—En la constancia del trabajo conmigo misma. Ahí está.(El Ncional de Caracas).
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