Michael Jackson, el semidiós que murió

miércoles, 25 de junio de 2014 10:42 By Augusto Socìas



Han pasado cinco años desde la muerte del Rey del Pop, suficiente tiempo para dejar de hablar de las controversias que generó, el blanqueamiento de su piel, los juicios que enfrentó, la obsesión por modificar su apariencia, así como de sus fobias, rarezas y excentricidades.
Quizá sea lo correcto dejar de lado, al menos por hoy, la constante pugna por el manejo de su patrimonio, las cifras del negocio de sus obras póstumas, los detalles del pleito legal que involucró a su médico Conrad Murray y las dosis exactas del cocktail de medicamentos, incluido el fulminante propofol, que lo mató.

Hoy, a un lustro exacto de aquel lunes, en el cual el mundo se conmocionó ante una noticia trágica que involucraba al mejor performer en la historia del pop, llegó la hora de hablar de Michael Joseph Jackson, sobre quien mucho se ha dicho, pero entre tanto ruido y parloteo intrascendente aún queda tanto por decir.

Podría afirmarse que en él confluyen dos eras del negocio musical. Nació en una cuna de soul, R&B y otras especies, un mundo en el que se aplaudía a artistas que gozaban de una concentración de talento extraordinaria. Y logró mutar, aún cuando ya había perdido la voz prodigiosa del chiquillo que nació en Gary, Indiana, y que brilló resaltando entre sus hermanos, para adaptarse a un mercado musical en el que las estrellas generalmente no nacen sino que se fabrican. Jackson fue un rey en la primera era. Y lo fue –y lo sigue siendo– en la segunda.

Sobre su capacidad para bailar han discutido grandes exponentes de danza contemporánea, coreógrafos y críticos. La expresión corporal fue determinante desde sus primeras actuaciones, pero con el tiempo el bailarín natural se fue convirtiendo, cada vez más, en un perfeccionista. Un gesto suyo, una mano en la entrepierna, el moonwalk, todo se convirtió irremediablemente en parte de la cultura pop. Coreografías de “Thriller”, “Beat It”, “Bad” o “Smooth Criminal”, proyectadas a través de sus respectivos videoclips, pasaron a ser cátedras de baile para profesionales o entretenimiento para fans.

Jackson no hacía nada parcialmente. No hablaba en voz baja, a pesar de su timidez crónica. Cada producción era de proporciones astronómicas y, aún en esa escala, era capaz de abordar temas sociales como nadie nunca lo había hecho. Podía crear un hit, que sonara desde Nueva York hasta Nueva Delhi, referido a la discriminación racial (“Black Or White”), a los derechos del niño (“They Don’t Care About Us”), a los males del mundo (“Heal The World”) o a la lucha ecológica (“Earth Song”).
Como pudo observarse en This Is It, un documental que jamás hubiese contado con su consentimiento –seguramente le halará los pies a los productores por eso–, Jackson cuidaba de una forma obsesiva cada aspecto de sus propuestas. Así reinventó los espectáculos en directo. Difícil encontrar un show masivo en la actualidad, especialmente en el mundo pop, que no muestre artificios originalmente ideados por el astro y sus colaboradores.
¿Y quién se ha referido a Michael Jackson, el compositor? Off The Wall (1979) incluyó tres de sus temas, incluidos dos clásicos: “Workin’ Day And Night” y “Don’t Stop Till’ You Get Enough”. Para Thriller (1982), su trabajo comercialmente más exitoso, aportó cuatro exitazos: “Beat It”, “Billie Jean”, “Wanna Be Startin’ Something” y “The Girl Is Mine”, una de las dos que grabó con Paul McCartney. En Bad (1988) ya se había pulido en el oficio: creó 9 de 11. Escribió todos los hits del disco, excepto “Man In The Mirror”. Para Dangerous (1991), trabajó en 12 de las 14 pistas. Todas las de su autoría fueron éxitos radiales, por ejemplo, “Black Or White”, “Heal The World”, “Will You Be There” y “Remember The Time”. 
Jackson tenía sus manos, su mente y su corazón en cada detalle de sus producciones. Ese profesionalismo combinado con su don divino para el performance, su capacidad para crear hits y convertirlos en clásicos instantáneos y su misticismo lo convirtieron en una suerte de semidiós. Pero a pesar del rebosante talento –y de su fantasmagórica reaparición en forma de holograma en los premios Billboard– era un tipo de carne y hueso. Era mortal. Y eso se demostró hace exactamente cinco años. (El Nacional de Caracas).

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