El anillo que durante 34 años llevaba en su dedo, como aval de que era egresado de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) donde se graduó de agrónomo, era un símbolo que exhibía este señor con modestia y, ¿por qué no?, con orgullo.
Ese profesional que casi a la puesta del sol esperaba un autobús que le llevara cerca de su casa, previo a salir de la faena propia de su oficio, jamás pensó que por esa prenda podía ser un blanco perfecto de la maldad que se aloja en algunas personas peores a las ratas.
Mientras esperaba el vehículo, llegó un joven que le sirvió de compañía al agrónomo. Su pinta era la de un joven en quien se podía confiar para no estar solo mientras llegara el ómnibus.
El joven, empero, comentó que la guagua se dilataba mucho y optó por marcharse. Entonces llegó una joven que también necesitaba desplazarse en cuatro ruedas y, mientras esperaba hacía uso de su celular.
Poco tiempo después retornó de nuevo el joven que en principio le hacía compañía al agrónomo, pero esta vez llegó en un motor y a seguidas sacó un revólver con el que le apuntó y le dijo que le entregara el anillo de graduación y a la joven que le diera el celular. Entregadas esas prendas, se marchó de inmediato.
El agrónomo aún no sale de la perplejidad por el asalto de aquel joven que parecía confiable, con pinta de formación y buena costumbre.
Igual susto pasé hace un tiempo cuando echaba maíz a unas palomas en la acera frente a mi hogar. En un motor llegaron un hombre y una mujer, el primero era quien conducía y su rostro estaba oculto por un casco protector.
El hombre me dijo, ¡quítese el anillo! Pensé que quería protegerme de los bandoleros. Nueva vez me dio igual instrucción. De nuevo sonreí, con la ingenuidad que me caracteriza porque tengo la creencia de que todas las personas son sanas.
Sin embargo, cuando el motorista se dio cuenta que no entendía el meta mensaje me dijo en tono brusco: ¿Usted quiere que le dé un tiro para que sepas lo que es?
Ante esa salvaje amenaza solo atiné a decir ¡Ay, Dios! Eché hacia atrás y la pareja que iba en ese motor se marchó rauda, sin que le entregara mi anillo de graduación de la UASD porque el susto me inhibió de toda acción.
A otra señora que junto a su hija menor de edad abordó otro autobús, pero el chófer y el “cobrador” decidieron no esperar más pasajeros y seguir su ruta, también fueron asaltadas. Con el vehículo cerrado, le pidieron a la dama el anillo y si no se lo podía quitar le cortarían el dedo.
La mujer les pidió, encarecidamente, que no le hicieran daño a su hija. El anillo le quejaba muy justo e hizo lo indecible hasta que se lo pudo quitar. Entonces dejaron a la madre y la hija abandonadas.
Los asaltos para quitar prendas, celulares y dinero a personas de a pie, en vehículos o en negocios pequeños y grandes se han convertido en una gran zozobra.
Habrá que esperar el momento oportuno para que se ponga freno al bandolerismo en todas sus modalidades, pues se ha llegado al extremo de dudar de titiri mundati. En tanto eso se controla, ¡sálvese quien pueda!.
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