El PRD antes y después del 19 de julio
viernes, 5 de julio de 2013 15:03 By Augusto Socìas
La declarada intención
del ingeniero Miguel Vargas de mantenerse en la presidencia del Partido
Revolucionario Dominicano más allá del próximo 19 de julio, cuando concluye su
período institucional de cuatro años, representa una amenaza no solo contra la
institucionalidad democrática del PRD, sino contra todo el sistema político de
la República Dominicana, habida cuenta de que esta organización ha sido la
plataforma social de los más importantes avances democráticos que ha registrado
el país en las últimas décadas.
El intento de autogolpe
en el PRD, alentado tal vez por el
andamiaje jurídico electoral constituido mediante acuerdo por Miguel Vargas y
Leonel Fernández, plantea la gran paradoja de si el partido que hizo posible la
construcción de la democracia en la vida nacional, pudiera preservar la suya, evitando
reducirse al tamaño de su actual ”jefe supremo” para sumarse como grupo bisagra al proyecto de
Partido Único que representa el PLD gobernante.
En la cultura
democrática se estila que la mayoría siempre tiene la última palabra, pero en
el actual conflicto del PRD, por lo menos hasta el próximo 19 de julio, el aparato jurídico controlado por
Leonel-Miguel ha logrado superponerse a los organismos de dirección y a la autonomía
partidaria para decidir desde fuera la legalidad de los actos del Partido,
siempre en beneficio de una minoría cada
vez menos representativa.
Resulta inconcebible, o
por lo menos muy raro, encontrar en un escenario democrático auténtico un caso donde el
principal dirigente intente ejercer su liderazgo bajo un fuerte cuestionamiento, contra la voluntad
ostensible de la mayoría, o más allá del plazo institucional que se le haya
otorgado.
Esto lo explica de
manera simple el cientista social Giovani Sartori cuando apunta que “en la
democracia el poder está legitimado, además de condicionado y revocado, por
elecciones libres y recurrentes. No se aceptan auto investiduras, ni tampoco
que el poder derive de la fuerza”.
Miguel Vargas no solo ha
perdido el apoyo mayoritario de las bases partidarias, que él mismo en algún momento
cuantificó en más de un 95 por ciento,
sino también de sus principales y más estrechos colaboradores, quedándose
prácticamente aislado, con la adhesión de un pequeño núcleo de dirigentes vinculados
a él por lealtades personales, por
ventajas inmediatas o por antagonismos con otros líderes o sectores
del Partido.
Sin embargo, la suerte
del actual presidente del PRD ya está marcada por una tendencia prácticamente
irreversible, como es la creciente voluntad de la mayoría de los perredeistas
de buscar una salida por encima de los conflictos personales o de intereses que
han creado el actual impasse. Sin la
excusa formal de que “Miguel es el
presidente legal”, será imposible
contener una solución basada en la voluntad de la mayoría, salvo que se incurra
en la insensatez de colmar la paciencia de la mitad del país representado por
el PRD, algo muy parecido a jugar con
fuego.
La certificación de la JCE
La Junta
Central Electoral (JCE) certificó que el período para el cual fue electa la
actual dirección del PRD vence el próximo 19 de julio, incluyendo a su
presidente, Miguel Vargas Maldonado. El secretario general de la JCE, doctor
Hilario Espiñeira Ceballos, en comunicación con fecha 28 de enero de 2013,
certifica que el acta de la XXVII Convención Nacional del PRD establece que las
autoridades electas tendrían vigencia hasta julio de este año.
Esa
certificación ha sido validada por el
presidente de la JCE, doctor Roberto Rosario
En este trance
Miguel Vargas tiene aún la opción de asumir un gesto de racionalidad política
y erigirse en actor clave para una solución institucional pactada, evitando los daños comunes de una confrontación
prolongada más allá del 19 de julio, cuando la base de apoyo de su
posición entraría en una fase deterioro progresivo
en la medida en que se constituya en una amenaza contra las futuras aspiraciones
de sus propios colaboradores, que probablemente se resistirán a acompañarlo hasta el impacto final de su eventual haraquiri.
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