El precio de la honestidad
domingo, 23 de junio de 2013 21:34 By Augusto Socìas
No se nace con la cualidad de la honestidad ni esta se compra en
botica. La misma es fruto de la crianza que los hijos reciben de los padres o
de las personas que les crían si están separados los progenitores.
La honestidad se enseña con el ejemplo y se ratifica con la palabra
para que los hijos sean mujeres y hombres abrazados a la honradez, pero es
posible que en el camino algunos se
tuerzan, sean fácilmente maleables.
Lo anterior obedece a que todos no somos iguales. Perfecto Dios - decía
mi madre y concluía con este razonamiento: ¿Los dedos de las manos son iguales?
No. Los hijos tampoco son iguales, pero sus padres les quieren a todos por
igual. Lo importante es que les lleven por el camino correcto.
Son añejas las referencias de grandes pensadores sobre la honestidad y
a su valor como principio humano. No pocas personas, criadas bajo esa premisa,
suelen decir tengo tranquila mi conciencia.
Tener tranquila la conciencia produce bienestar espiritual. La
honestidad se debe practicar a nivel familiar, con los amigos, en el trabajo y
en cualquier escenario donde se comparta con los demás.
Es frecuente que se aluda a la honestidad señalando que fulano o mengano es un hombre o una mujer principios
o serio por sus acciones de vida. Esto no se debe confundir jamás con un cara
dura que esconda en su interior a un vagabundo o un risueño a una persona muy
honesta.
Es frecuente escuchar mira a fulano, tan serio que se veía y ha
resultado un fiasco. Igual dice Mateo 7.16: Por los frutos los conoceréis.
En fin, no se trata de una novedad, pero ayer como hoy persiste la "presión" tanto hacia quienes
practican la honestidad como al que delinque.
Cada quien se sitúa en el bando que más le ajusta conforme a su
formación. En estos tiempos, y probablemente en todos los tiempos, el honesto
es tildado de ser un
"pendejo." Ni coge ni dice donde hay. Pasó por equis puesto y siguió
tan pobre como antes o viceversa.
En cualquier cadena del quehacer laboral no es frecuente que el honesto
ascienda de puesto. Puede durar 30 años en una función y aunque se pregone su
honestidad desde la tierra hasta el cielo, su sueldo será menor a otros en igual
función y no subirá de peldaño, salvo que la gracia de Dios se enfoque en
quienes tienen esa potestad.
Y es que el honesto no miente para faltar al trabajo, no tumba polvo ni
dice elogios que salen de la boca, pero no del corazón. Cumple su horario y
función aunque su superior esté o no presente, con lo que vela por el bienestar
de la empresa. En fin, se raja en su cumplimiento, pero es un
"pendejo" y el costo es no pasar del primer escalón operativo aunque
tenga títulos, experiencia y vocación .
Además con frecuencia a los honestos les enrostran: "Eso te pasa
por pendejo. Nunca tendrás nada." Los sabedores del precio integridad
simplemente reiteran: Estamos tranquilos. A la vez hacen suyo lo que dijera en
una ocasión Benito Juárez, "El
respeto al derecho ajeno es la paz."
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