Sinéad O'Connor en Madrid
jueves, 29 de julio de 2010 8:57 By Augusto Socìas
Primera constatación, nada más asomar por el escenario de la Puerta del Ángel en Madrid esta mujer con túnica y pantalones fucsia: la dublinesa Sinéad O'Connor se ha dejado crecer un poco el pelo, luce algo más corpulenta y se encuentra a unos cuantos años luz de aquella Venus plañidera que hace un par de décadas sobrecogió, abrumó y hasta erotizó a toda una generación al compás de Nothing compares 2U. Es un fastidio certificar el instinto depredador e implacable del calendario, doctor, y más aún reparar en que nadie sale indemne de tal zarpazo. Fíjese en Prince, el autor de aquel temazo: entonces era un genio y ahora es solo un estrafalario papanatas. Y qué decir de los demás, torpes y zopencos; ni rastro de los aquellos chavalines que por 1990 nos encontrábamos en perfecta disposición de causar estragos.
Segunda constatación, amigo psiquiatra, antes de que nos trinque usted por el pescuezo: quien tuvo, retuvo. Aunque sea un poquito. Canta Sinéad y, uhm, claro que nos reconocemos en esa voz luctuosa y dolorida que simbolizó la rebeldía, la feminidad concienciada, la capacidad para pisar callos y meter el dedo en el ojo. Solo que ahora suena más sosegada, reacia al aspaviento, como si hubiera menos motivos por los que enfurruñarse. ¿De veras los hay?
Y tercera constatación, al menos por ahora: esto que dicen ahora de los formatos acústicos es un rollo. Sobre todo porque la definición no se ajusta a un empeño musical, sino eufemístico. Llaman acústico a lo que deberían denominar exiguo, limitado, pírrico. No se trata de evitar instrumentos que precisen de electricidad, sino de aplicar unos recortes de personal con los que Díaz Ferrán levitaría de la emoción. Jeff Tweedy, Adriana Calcanhotto o Marianne Faithful ya vinieron solos o muy poco acompañados, y Roger Hodgson hará otro tanto esta noche. ¿Es que nadie puede encontrarle a esta gente unos pasajes de avión a buen precio?
Será por la crisis o para no tener mucha gente con quien discutir en la furgoneta, doctor, pero O'Connor se nos presentó anoche con el único respaldo de dos guitarristas, Steve Cooney y Kieran Kiely, este último también responsable de algún que otro teclado. "En este formato no me hace falta gritar tanto", objetaba. Suena a excusa poco elaborada, porque a ratos se echa de menos, y mucho, el abrazo de un contingente instrumental sensiblemente más nutrido.
Pero esto es lo que hay, así que la O'Connor acústica ?o desasistida? se convierte en una cantautora esforzada que desgrana un repertorio irregular y lo engalana, en el mejor de los casos, con algún ramalazo céltico. Los festivaleros más norteños recordarán la melena ensortijada y entrecana de Cooney ?su marido? en las filas de aquella gran banda de folclore irlandés, que fue Stockton's Wing. Y como a ratos Kiely desenfunda su low whistle, la flauta grave del país, nos sentimos inmersos en un plácido recorrido por la campiña de la verde Erín.
Pero no parece suficiente, la verdad. El discurso queda restringido y la expresividad, limitada. Hay momentos casi procesionales (Something beautiful) o de belleza extática, como ese The healing room que recuerda hasta en el título al Van Morrison de los años de Veedon fleece. En Never get old, una de las piezas más añejas la voz de Sinéad gravita por vez primera como una plegaria sentida y muy rica en matices. En cambio, los originales más enrabietados y furibundos (The emperor's new clothes, Three babies) parecen una bebida carbónica a la que hemos aflojado el tapón. La intención primigenia se desvanece entre plácidos arpegios de parroquia.
Hubo algo de estopa vaticana, como la pequeña maldad de dedicarle The times they are a-changin' a la Santa Sede, pero hasta en eso la amiga O'Connor se nos ha dulcificado en demasía. No se trata de andar rompiendo la foto de nadie, pero tampoco de que el resto de dedicatorias tuvieran a su esposo y cuatro retoños como únicos destinatarios. Ya lo ve usted, doctor: el tiempo hace estragos. Y parece que no hay pastilla para remediar esto de hacernos mayores. (El País).
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