Casa de Michael Jackson es santuario
miércoles, 22 de julio de 2009 8:26 By Augusto Socìas
El lunes, mientras el resto de Estados Unidos celebraba el 40º aniversario de la llegada de tres de sus muchachos a la Luna, otro puñado de incondicionales decidía conmemorar otro momento histórico. Si esta nación honra a todos aquellos que triunfaron saliendo de la nada, la historia de los Jackson merece un capítulo de oro. Y su inicio lo marca una casa blanca desvencijada, de tejado negro y paredes de madera, de una única planta, en uno de los peores barrios de una de las ciudades venidas a menos de los alrededores de Chicago. Cerca del final de la calle 23, justo cuando se cruza con la conclusión de la calle Jackson -pura casualidad-, una valla de madera cortando el tráfico anuncia la cercanía de la casa natal de Michael Jackson.
En el pequeño inmueble vivió el músico con sus ocho hermanos
Los admiradores sacian sus ansias con compactos piratas y camisetas
El césped se ha convertido en paja por las pisadas y la falta de cuidado
Allí, en ese sorprendente pequeño edificio vivieron el cantante, sus ocho hermanos y sus padres antes de que el dinero llamara a su puerta. Cinco tenderetes al otro lado de la calzada, en el que los seguidores sacian sus ansias con compactos piratas y camisetas a 10 dólares, marcan el inicio del negocio. La casa aún pertenece a los Jackson, aunque visto el estado hace años que no pasan por aquí. Lo mismo le ocurre al pueblo. Gary (Indiana) fue fundado en 1906 por US Steel, los aceros estadounidenses, que al edificar aquí unos altos hornos, decidieron poner a la localidad el nombre de su presidente. En su momento llegó a ser la segunda ciudad más grande de Indiana, aunque el cierre de la factoría hundió la economía de un pueblo que sobrevive por su cercanía a Chicago, a media hora de distancia de autovía y cruzando la frontera del estado de Illinois.
Al inicio de la calle Broadway, la avenida principal, una estatua recuerda al opulento Elbert H. Gary, "benefactor de la localidad e industrial", junto al ayuntamiento. Según el viajero avanza Broadway abajo, la pobreza aumenta para sus 100.000 habitantes. Su cruce con la calle 23 está marcado con un inmenso cartel que recuerda a Jacko con su verso We never can say goodbye. Y al fondo, la casa desolada. El vecindario asusta.
Una veintena de fans se fotografían frente a ella. No son muchos, aunque el goteo es constante. Casi todos afroamericanos que se acercan por curiosidad. El césped ya es paja por las pisadas y el poco cuidado. En el único arbusto, justo en la puerta, unos 60 peluches, un puñado de velas, un ángel de cristal y una cartulina, firmada por "los Ávila", con varias fotos pegadas de Michael, reflejan sus sentimientos. Por detrás, la casa da a las verjas de un estadio abierto de un instituto y al parking de una fábrica. El domingo, en CNN, Myron Hawkins, su primo, recordó que sí, que el tío Joe usaba el cinturón con Michael y con él, pero que eran muchos, "y eso nos enseñó disciplina, jamás fue abuso".
La verdad es que el barrio se las trae. Una placa en la esquina asegura que la manzana se llama Jackson Boulevard en honor, esta vez sí, de la familia. Los puestos de memorabilia ilegal llevan allí desde el mismo día 25 de junio, el de su muerte. "Hemos despachado centenares de camisetas. Yo empecé a vender esa misma tarde", cuenta Alyssa ("no, mi apellido no te lo digo"), que calla en cuanto su jefe aparece con la comida y otro puñado de CDS piratas en un Mercedes.
Otra mujer, que fotografía un cartel de homenaje de un Dj rebosante de firmas de visitantes, se acerca al periodista mientras éste da la vuelta a la casa, vallada con la típica cinta amarilla policial de no pasar. "¿Eres periodista?". "Sí, español". "¿De algún periódico hispano de Chicago?". "No, español de España". "¿Cómo? ¿Puedo hacerte una foto? Nunca he visto un periodista europeo". La mujer se presenta. "Soy Connie Blair. Mi marido y yo tenemos una empresa de reparaciones de casa aquí cerca, en Merrillville. Nos dedicamos a restauraciones y obras en el hogar". Al lado del patio trasero, vallado, con más secarral y cinco tochos de cemento junto a un cubo de basura, está la furgoneta de la empresa de Connie, ACT Investments. Su marido, Tony Blair (otra coincidencia), le espera en el asiento del copiloto. "¿Ves la casa? Yo les reformé la cocina y el baño. Aún me deben parte". Tony es bastante mayor que Connie, y su cara de cansancio refleja años de trabajo. A ellos les da un poco igual todo este zoo. Y al niño que vende compactos en una mesa plegable. Pero el negocio es el negocio.
Las mansiones de Santa Mónica quedan a miles de millas y a millones de dólares de distancia de Gary, Indiana...
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