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Para entender de verdad el porqué del halo de megaestrella que rodea a Beyoncé hay que ir a verla en directo. Contemplar lo que ayer hizo en el Palacio de Deportes de Madrid es rendirse a la evidencia. Es el espectáculo más abrumador, milimétrico e inteligente del panorama pop-star mundial. Porque a coreografías de ensueño, una garganta privilegiada y toneladas de logística se les une lo más importante, ese carisma arrasador que unas no llegan a alcanzar y que otras perdieron hace tiempo. No hay rival. Con las gradas hasta los topes y el cupo de VIP's a punto de estallar, el Palacio miró boquiabierto a la norteamericana emergiendo de entre el humo de los cañones para rubricar uno de los mayores impactos iniciales que pueda imaginarse. Si uno no está advertido de la explosión puede llevarse una buena impresión, y si lo está, no hace más que corear a grito pelado el estribillo -uno de los mejores diseñados de la historia del r'n'b- de «Crazy in love», compuesto y grabado con su marido Jay-Z.